Muro Je t'aime

Muro Je t'aime

sábado, 1 de noviembre de 2014

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El horizonte se recortaba contra la puesta de sol mientras la ciudad, como un gigante soñoliento, comenzaba a adquirir los colores de la noche. Los escasos rayos de sol proyectaban largas sombras al estrellar su mortecina luz sobre las casas y el viento silbante de una tormenta de verano se colaba por los recovecos recorriendo el vacío de los rincones olvidados.
            Era jueves, de agosto, del año 2014. No había podido dormir apenas en los últimos días por el maldito calor, pero eso acabaría después de esta noche. Las oscuras nubes anunciaban la tormenta desde el cielo mientras el retumbe de los truenos llegaba a través de la ventana. Contemplaba la calle desde su casa como un águila sobre el cielo examina el terreno. Jaime tenía la sensación de estar contemplando un cuadro, el cuadro del mundo que podía ver a su antojo desde su pequeño escondite. Lo sentía mediante el olor de la lluvia, los tranquilizadores colores del crepúsculo, el tacto frío del alfeizar, el sonido de la calle y el regusto de un café cargado. Desde su atalaya se dejaba invadir por el sosiego soñoliento de la atmosfera que le rodeaba. Los párpados comenzaban a pesarle mientras la mente divagaba sin sentido acerca de cuestiones absurdas. El estallido de un rayo apareció en el horizonte como el fogonazo de un cañón, sin embargo era mudo. Uno… dos… tres… cuatro… cinco… el grave sonido del trueno llegó mucho después. Habría estado bien poder dormir esa noche, pero había trabajo que hacer. Pensó en cerrar la ventana pero la dejó entreabierta, no quería perder ese olor mágico de la lluvia en agosto.
            Se sentó frente al escritorio y vio parpadear el cursor sobre el folio digital. “Ahora o nunca” se dijo a sí mismo.
            ¿Por qué tanta necesidad del simple hecho de escribir? (esto lo había leído en algún lado, pero ahora no recordaba donde). ¿Qué tenemos que contar?, y, lo que es quizá más importante: ¿A quién tenemos que contárselo?. En el corazón de cada uno de los hombres y mujeres que nos dedicamos a esto sabemos que hay una necesidad; una necesidad incomprensible que tratamos de plasmar mediante palabras para poder hacerla tangente, física, sensible. Pero esta necesidad, este concepto ¿qué es?,  ¿se trata de un miedo a algo, de la realización de algún sueño, de la loca historia que soñamos la noche anterior?, no, es algo más complejo. 
            Cuando yo, como escritor que me considero, escribo sobre una historia que se me ha ocurrido ¿qué estoy haciendo?; estoy inventando personajes, una trama, conflictos en los niveles sociales, emocionales y vitales de las personalidades que he inventado, etc. Pero lo más importante parece ser lo que más se pierde a la vista, transmitir una idea, es decir, tener una aportación al mundo, algo que quieras hacer experimentar a tu lector. Ahí es donde radica el problema que nos lleva de vuelta a la cuestión inicial, ¿qué tengo que decir?. Si queremos llegar a ser algo más que una especie de escritores-hembra/pasivos (como diría cierto maestro) debemos plantearnos estas cuestiones; ¿qué decimos al mundo cuando escribimos?, ¿cuál es nuestro mensaje?.
            En mi caso tengo algo muy claro: empecé a escribir como evasión. Imaginar siempre ha sido más fácil que pensar en los problemas. Solo miras al horizonte y dejas divagar la mente por los senderos que ella escoja, pasando de los temas más trascendentales a los más absurdos. Preguntarse qué habrá de comer hoy para pasar después a reflexionar sobre el sentido de una vida a la que apenas acabamos de conocer. Eso era para mí escribir al principio, huir de un mundo que no me gustaba y crear el mío propio. Estoy seguro de no ser el único que comenzó su camino por este sendero; la vida no es fácil y verbalizar cosas que no entendemos puede llegar a ser tan complicado como intentar entenderlas. Los que empezamos así escribíamos para perdernos y no nos dábamos cuenta de que no había mensaje, todo era evasión, pura imaginación desbocada sin propósito alguna más que el de escapar sin ser conscientes de nuestra propia huida. Creo que, en cierto modo, sigo haciendo lo mismo cada vez que anoto una idea en los trozos de papel de un billete de autobús o en el cuaderno en un aburrido día de oficina; sin embargo hoy intentaré otra cosa. Intentaré escribir para encontrarme. 
            Jaime se retiró un poco hacia atrás y revisó lo que acababa de escribir. Había estado completamente absorto en su meditación, en esa nueva forma de escribir que estaba llevando a cabo se estaba descubriendo a sí mismo mediante su propio pensamiento. Era novedoso, temerario en cierto sentido per tenía un toque placentero poder hablar de algo que realmente conocía, que no estaba inventado. Por un instante estuvo seguro de que aquellos veinte minutos que había empleado para escribir tres párrafos le habían servido más que los cientos de horas que había pasado perdido en su cabeza divagando. Ahora no había tiempo para perderse. El café estaba ya frío pero no importaba. Se acercó de nuevo al escritorio. La lluvia repiqueteaba contra la ventana interrumpida en su monótono sonido únicamente por el tronar distante de la tormenta y el soplo del viento. El olor había inundado la casa entera y la atmosfera que transmitía era de lo más placentera.
            Quizá estoy loco al intentar encontrarme a mí mismo mediante la dicción mental de palabras que luego mis dedos, mediante el teclado, plasman en el papel. Es un círculo sin retorno de lenguajes: conceptos mentales pasados a números en el ordenador que los conmuta en palabras las cuales son recibidas de nuevo por mi comprensión. Todo parte de mi cabeza y regresa a ella, pero transformado en algún sentido sensible; casi se pueden tocar las ideas. 
            ¿Qué estoy haciendo al escribir esto?, ¿cuál es la diferencia respecto de perderse?, al fin y al cabo el lenguaje usado es el mismo para ambos caminos, sin embargo presiento que en este hay algo de verdadero que no se encuentra en el otro, una especie de descripción del interior. Con esta escritura reafirmo mis pensamientos creados de forma empírica, en cierto sentido lo que hago es ver la realidad a través mis propios ojos, entenderla como mi mente la entiende pero viéndola desde fuera, con una perspectiva diferente. Al escribir para encontrarme interpreto mi propio mundo a partir del mundo común. 
            Es un instante de verdadera gloria (Y así era. Jaime estaba sumamente feliz en el momento en que golpeaba las últimas teclas que daban forma a su idea) viendo las cosas desde fuera pueden rejuzgarse con un valor añadido; el de ver lo propio como ajeno. De este modo ¿cuál es el objetivo final de escribir para encontrarse?, creo que finalmente he hallado la respuesta: transmitir a otros la visión del mundo según mi criterio. 
            Ahora bien. Partiendo de la base de que el principio está definido, ¿de qué modo se llega a introducir al lector en este mundo?. Mediante principios abstractos o deducciones como las que se han llevado aquí el lector se aburrirá antes de leer siquiera dos páginas. ¿Qué interés tiene mi mundo para el lector si no lo entretiene enseñando?. Quizá debería escribir únicamente tratados teóricos; ser leído y estudiado por unos pocos curiosos, tratar de convertir el arte de la belleza, la enseñanza y el entretenimiento en un mero compendio de conceptos teóricos bien explicados, pero no. Siempre se ha sabido que la lección mejor aprendida por el alumno es la que lo divierte, la que le enseña principios e ideas de una forma encubierta; de modo que en tal caso se debería apuntar a una historia inventada cuya idea final a transmitir fuese un pensamiento propio. Encubrir las verdades con los velos de la ficción y lanzarlas a las conciencias ajenas donde crearan semillas de un mundo distinto al de la propia conciencia afectada la cual deberá someter a juicio los valores transmitidos. 
            Jaime respiró aliviado. Entonces ya estaba, había llegado a esa deducción por sí mismo escribiendo las palabras que le dictaba su mente. Aquella era la respuesta. Trató de resumirla en una sola frase.
Por todo lo dicho, si como escritor interpreto la realidad común, e intento transmitir esa interpretación a otras conciencias de forma satisfactoria independientemente del individuo que se trate, deberé tomar un camino medio, a la hora de escribir, entre el encontrarse y el perderse. Por todo esto infiero que un escritor al escribir debe perderse para volver a encontrarse durante el primer proceso. 
            Que claro todo, que gusto al leerlo y releerlo… era como un sueño hecho realidad. Había hallado la manera de escribir sus historias, el por qué de su vacío esencial. Decidió que al día siguiente comenzaría a escribir una historia. La idea era sencilla, un personaje le serviría de fachada y él iría escribiendo todos sus pensamientos, transmitiéndolos ocultos bajo el velo de la ficción. La atmosfera del personaje al escribir sería la misma que le rodeaba a él, quizá introdujera algún cambio pero no demasiado significativo. Escribiría en cursiva los pensamientos del personaje, cuando en realidad los pensamientos eran suyos, y con letra normal la historia propiamente dicha. Una sería la parte en que el escritor se encuentra; y la otra la parte en que se pierde. Pero todo eso lo haría mañana, era tarde, y había que acostarse ya