La noche nos dejó solos, tú y yo
en la oscuridad hablándole a la pared. Pobrecilla, la de cosas que le habría
gustado decirnos. Si se lo hubieran permitido, nos habría advertido de que
jugábamos a un juego demasiado peligroso, caminando por el borde de un volcán tan
seguros de que no caeríamos... Supongo que de todos modos nos daba igual, porque
los sueños, esperanzas y pasiones pugnaban por salir atropelladamente de
nuestros labios para desenmascarar
nuestro yo más profundo. Necesitábamos entendernos.
Supe todo de ti en lo que me
pareció un instante y tú de mí. Nos comprendimos. Conectamos. Pensé que al
amanecer se rompería el hechizo, te irías y todo volvería a la normalidad, pero
no fue así. Permaneciste allí tumbado, tan cerca y a la vez tan lejos, con los
ojos casi cerrados y luchando con tu cansancio solo por descubrir más cosas de
mí, quizás porque tú también temías que solo hubiera sido un sueño, hermoso,
pero un sueño al fin y al cabo.
En cierto modo los dos pensábamos
que no estaba del todo bien, que lo que hacíamos podía resultar fatal, pero ya
no había vuelta atrás. Nos vimos empujados a una espiral de atracción, chocando
y separándonos con violencia. Tú me lo dijiste, yo te lo dije, pero no había
necesidad: ambos sabíamos que algo había cambiado entre nosotros, en nosotros.
«Mirarte a los ojos y tal vez recordarte que antes de rendirnos, fuimos
eternos»
“Bueno, muchacha, sabes que esto
se acaba aquí, ¿no?”
Y se alejó despacio, firme y
seguro, sin mirar ni una vez atrás. Me quedé observando cómo se marchaba,
esperando que se volviera una sola vez, que se arrepintiera y regresara
conmigo, pero no lo hizo.
Cuando llegué al final de las
escaleras sentí que algo se había roto dentro de mí, algo importante y valioso.
Seguía viendo su figura en mi memoria; su espalda, tan firme, cubierta por la
sudadera blanca; sus brazos, que tanto calor y protección me habían regalado;
con las manos en los bolsillos, una manos cuya suavidad al tocarme tanto me
había sorprendido; sus pantalones anchos…
Nunca me besó. No lo hizo aunque
tuvo la oportunidad. Deseaba tanto probar esos labios que me habían conquistado
con palabras… Pero nunca sucedió y ahora ya es tarde. El momento pasó.
Le dije que en sus brazos estaba
segura y protegida. Aún siento su calor junto a mí y algo en mi pecho se rompe
de nuevo en mil pedazos cuando pienso en lo que pudo ser y no fue. A veces
siento que me faltó valor, que me asustaba lo que él representaba: la libertad
y la pasión en estado puro. Contaba con que mantuviera su palabra y se quedara
a mi lado por muy egoísta que me sintiera por ello. Recuerdo sus ojos, tus
ojos. Tu sonrisa que parecía decir que te reías de mí.
El momento ha pasado ya. Aunque
quisiera rectificar, siento tu mano en la mía que me dice que ya es demasiado
tarde.
Aún no sé si
te hablaré la próxima vez, porque siento que debe ser así, que si depende de ti,
no lo harás.
:o Me gusta mucho! Supongo que es porque habla de una experiencia que todos hemos vivido: lo que pudo ser y no fue.
ResponderEliminarAdemás, la primera persona le da un toque muy cercano, como de confidencia. Y me parece genial el giro del final, cuando el yo pasa de hablar al lector a hablar al personaje, es como si adquiriese cierto tono epistolar.
De todas formas, creo que no puedes fiarte mucho de mi opinión porque soy una lectora muy emocional.
Jopé, es muy triste, y que parafrasees a Ismael Serrano no ayuda a alegrarlo, pero es muy bonito.
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