Para que esto no decaiga pongo otra publicación. Este relato lo mandé al concurso Madterrorfest, de entre todos los enviados realizaron una publicación con los 80 mejores entre los que se incluyó el mío. Espero que os guste.
Inspiración
terrorífica.
Cuando abrió los ojos estaba sentado
frente a una mesa. El tablero era blanco y las patas que lo sostenían de un
frío color metálico. Con los ojos entreabiertos observó la habitación. Las paredes,
blancas como las nubes, y el suelo, de azulejos tan limpios que se veía
reflejado en ellos. Uno de los lados de la habitación mostraba un aspecto distinto. Frente a
él había una ventana de vidrio negro. Aquella ventana le observaba, sin
vacilar, examinando cada uno de sus gestos, analizando cada respiración y cada
espiración; cada reflejo en el reluciente suelo, cada movimiento.
Adam estaba muy cansado y no podía
moverse. Solo haber abierto sus ojos había sido un esfuerzo titánico, reconocer
todo lo que le rodeaba, colosal, e intentar mantenerse despierto, ya
era demasiado. Se miró a sí mismo, estaba vestido con una camisa y unos
pantalones tan blancos que parecían recién estrenados. –“Vaya sorpresa”- pensó
irónicamente. Sus párpados pesaban demasiado y los cerró una vez… dos… tres…
Un fuerte golpe le sobresaltó haciendo
que abriera sus ojos de golpe, esperando encontrar cualquier cosa. Al abrirlos
vio a otro hombre. Estaba sentado frente a él y le observaba. Sus ojos eran azules y fríos; su pelo rubio, repeinado hacia atrás, remarcaba aún más sus rasgos afilados.
Aquel rostro era puntiagudo como un cuchillo, preparado para clavar su fría mirada que asomaba bajo unas cejas fruncidas.
-Adam, Adam…- Dijo el hombre tranquilamente. poseía una voz
peculiar. Adam creía haberla oído antes en algún lugar.
-¿Cómo se encuentra?- La pregunta
resonó en sus oídos. Adam intentó sostenerle la mirada aunque fuese un instante,
sin éxito.
-Muy cansado, ¿Qué hago aquí?,
¿Quién es usted?-
El interlocutor sonrió y se recostó
en la silla sin apartar la mirada.
-Debería saber quién soy, y también
por qué está usted aquí.- El gesto del hombre había cambiado. Parecía decir que
Adam le debía algo solo con la expresión de su cara.
-Pues no sé nada, así que dígamelo
usted.- A estas palabras las siguió una breve sonrisa de su interlocutor.
-Siempre tan directo cuando te
sientes amenazado. Eres muy previsible, aunque eso te hace ser quien eres, lo
que no tiene nada de malo.- El hombre se levantó de la silla y comenzó a
pasearse por la sala.
Adam observó la ventana. Era oscura,
tan oscura que parecía más un hueco al vacío que una ventana. Aquello era una
sala de interrogatorios. Se acababa de percatar, pero, ¿qué hacía él allí?
-Tranquilícese, no hay nadie al otro
lado de la ventana, o al menos no de momento.-
-La verdad, no me fío ni lo más
mínimo de usted, así que no me diga si hay gente o no, su opinión me es
indiferente- El hombre comenzó a reír copiosamente y, apoyando los codos sobre
la mesa, volvió a fijar los ojos en su objetivo.
-Que desafiante. Su personalidad es
fascinante. Bueno será mejor que empecemos.- Adam no lo demostraba, pero
sentía miedo.
El interrogador salió y volvió a
entrar con una carpeta repleta de papeles que desplegó sobre la mesa.
-Usted es escritor y profesor ¿me
equivoco?-
-Sí, lo soy- Quería parecer
desafiante, pero su propia voz le sonaba frágil.
-Sin embargo, esta primera ocupación
que he mencionado ha pasado a un segundo plano por lo que parece.- Adam pensó
inmediatamente en la gente de la editorial. ¿Le habían secuestrado?, aquello
era imposible, pero no había otra opción más lógica.
-Si es usted de la editorial no
tengo nada más que decirles, dijimos tres libros y les di tres libros.-
El misterioso rubio mantenía su
mirada analizadora. Aquella mirada era capaz de atravesar sus pensamientos. Adam sentía que
ese hombre podía saber lo que él pensaba solo con mirarle.
-No soy editor, usted y yo tenemos
un pacto. Un contrato con muchísima más importancia que cualquiera que se pueda
firmar en un papel. Nuestro contrato, es incluso existencial.-
Adam dejó de pensar inmediatamente
en la editorial. Aquel hombre estaba loco. Quizá se trataba de alguno de los
muchos lectores de sus novelas. Uno que había perdido la razón lo suficiente
como para secuestrarle. El interrogador se encorvó hasta que sus rostros
quedaron a pocos centímetros. Una maliciosa sonrisa de oreja a oreja delató
unos dientes tan blancos como las paredes y el suelo, perfectamente alineados.
Adam intentó apartarse, pero era incapaz de mover su cuerpo.
-Tiene miedo Adam, lo veo.-
-¿Qué quiere de mí?, ¡dígamelo!- Su
voz sonó como el murmullo de un niño asustado en una habitación oscura.
-Que vuelva a llevar a cabo su
función. Usted tiene un don, y lo está desaprovechando. Por eso estoy yo
aquí, para asegurarme de que usted lo aprovecha, cumpliendo nuestro trato.-
Adam trató de recordar, pero el
rostro de aquel hombre se escapaba a sus esfuerzos.
-Usted y yo no tenemos ningún trato,
yo jamás le había visto antes.-
-Se equivoca, usted me ha visto
antes Adam, me conoce, igual que yo le conozco a usted.-
-Usted no me conoce, puede haberme
espiado, pero no me conoce.-
-Le
conozco Adam. Lo sé todo sobre usted. Y, aunque no lo crea, usted lo sabe todo
sobre mí.- El escritor temblaba mientras el misterioso hombre que lo sabía todo
acerca de él lo miraba ansioso. Estaba tan cerca que Adam podía percibir el
olor a menta de su aliento y el calor de sus espiraciones.
Entonces le sostuvo la mirada un
instante y no le hizo falta más. Charles Mayer. El interrogador se echó de
nuevo hacia atrás y volvió a sentarse
-Parece que ya me ha reconocido.-
Dijo con una sonrisa.
-Es imposible, usted no existe.-
-Quizá no exista en el mundo real,
pero existo en su mente. Ahora recuerda de lo que soy capaz.-
Adam se envalentonó, aún no entendía
todo, pero si parte.
-No puedes hacer nada, no eres más
que un asesino inventado para escribir una estúpida novela.-
-No esté tan seguro. Recuerde todas aquellas
cosas que escribió. Cómo torturé a esa joven, cómo asesiné a aquel detective...
Creo recordar que usaste los más perversos recovecos de tu mente para escribir
aquella escena, realmente brillante, conseguiste asustar a muchos lectores.-
-No eres más que un personaje. No
existes, no puedes dañarme.-
-Ahora que sabe quién soy yo, quizá
llegue a entender qué hacemos aquí.- Adam había perdido el miedo. Comprender
algo de la situación le había renovado las fuerzas.
-No entiendo qué hacemos aquí, ni
siquiera sé cómo hemos llegado a este lugar.- Charles Mayer se arrellanó en la
silla y resopló.
-¿Sabe?, estoy harto, voy a acelerar
un poco las cosas- El maníaco se levantó y salió por la puerta. Adam se quedó
allí, inmóvil, esperando cualquier cosa. Charles Mayer no era más que un
psicópata que había inventado para una novela, aún no se explicaba que
ocurría, pero sabía que no podía hacerle daño.
Unos golpes resonaron al otro lado
de la puerta, acompañados de pasos y los llantos de una niña. La puerta se
abrió lentamente. Susan, la hija de Adam, lloraba desconsolada mientras Charles
la llevaba cogida por los hombros.
-Di hola a papá Susan.- La sonrisa
de Charles procedía de las más terribles pesadillas del escritor.
-¡Susan!, ¡Suelta a mi hija cabrón!-
Charles agarró por el pelo a la niña, que aumentó sus sollozos.
-¡Cállate si quieres que viva!- El
escritor intentaba moverse, pero era inútil, algo le oprimía y le mantenía
inmóvil.
Charles agarró a la niña de la
cabeza y le colocó ambos pulgares sobre los párpados llorosos.
-Sabes que va a ocurrir a
continuación Adam, ¿quieres que ocurra?-
Adam era incapaz de no llorar.
-Por favor, deja en paz a mi hija,
por favor…- El aterrorizado escritor notó como las lágrimas le mojaban las
mejillas.
Charles Mayer sonreía mientras
agarraba a Susan.
-Vuelve a escribir Adam. Vuelve a
escribir o poblaré tus noches de las peores pesadillas que jamás hayas soñado.
Verás a tu mujer descuartizada y a tu hija colgada de un árbol, ¡vuelve a
escribir!- La voz del psicópata se alzó cuando sus pulgares se hundieron contra
los párpados de Susan, reventando sus ojos.
-¡NOOOOOOOOO!-.
Adam se levantó temblando y sudoroso.
Se había incorporado tan rápido que notó un ligero mareo. Su mujer, a su lado,
dormía plácidamente. El escritor corrió a la habitación de su hija y abrió la
puerta. Estaba dormida y arropada.
Todo había sido una pesadilla… fue a
la cocina, intentando no hacer ruido. Se preparó un café cargado y se dirigió a
su despacho. Eran las cuatro de la mañana y el único ruido audible era el de
sus tímidos pasos que hacían crujir el parqué de madera. Se sentó frente al ordenador…
La mesa de trabajo estaba atestada
de papeles. Pulsó el botón de encendido y la tenue luz de la pantalla alumbró
el despacho. Cerró la puerta y volvió a sentarse. Preparado el ordenador, abrió
el Word, y con la mano temblando
bebió un amargo trago de café caliente. Se puso las gafas y mientras tecleaba vio
aparecer las palabras en el blanco folio digital:
“El retorno de Charles Mayer…”
¡Toma guiñaco a Misery! Mola como te quedas: "¿No será...? Nah, no... Espera, ¡sí es! (yo me entiendo). Mola mucho.
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