Muro Je t'aime

Muro Je t'aime

sábado, 12 de abril de 2014

Inspiración terrorífica


Para que esto no decaiga pongo otra publicación. Este relato lo mandé al concurso Madterrorfest, de entre todos los enviados realizaron una publicación con los 80 mejores entre los que se incluyó el mío. Espero que os guste.

Inspiración terrorífica.

            Cuando abrió los ojos estaba sentado frente a una mesa. El tablero era blanco y las patas que lo sostenían de un frío color metálico. Con los ojos entreabiertos observó la habitación. Las paredes, blancas como las nubes, y el suelo, de azulejos tan limpios que se veía reflejado en ellos. Uno de los lados de la habitación mostraba un aspecto distinto. Frente a él había una ventana de vidrio negro. Aquella ventana le observaba, sin vacilar, examinando cada uno de sus gestos, analizando cada respiración y cada espiración; cada reflejo en el reluciente suelo, cada movimiento.
            Adam estaba muy cansado y no podía moverse. Solo haber abierto sus ojos había sido un esfuerzo titánico, reconocer todo lo que le rodeaba, colosal, e intentar mantenerse despierto, ya era demasiado. Se miró a sí mismo, estaba vestido con una camisa y unos pantalones tan blancos que parecían recién estrenados. –“Vaya sorpresa”- pensó irónicamente. Sus párpados pesaban demasiado y los cerró una vez… dos… tres…
            Un fuerte golpe le sobresaltó haciendo que abriera sus ojos de golpe, esperando encontrar cualquier cosa. Al abrirlos vio a otro hombre. Estaba sentado frente a él y le observaba. Sus ojos eran azules y fríos; su pelo rubio, repeinado hacia atrás, remarcaba aún más sus rasgos afilados. Aquel rostro era puntiagudo como un cuchillo, preparado para clavar su fría mirada que asomaba bajo unas cejas fruncidas.
            -Adam, Adam…- Dijo el hombre tranquilamente. poseía una voz peculiar. Adam creía haberla oído antes en algún lugar.
            -¿Cómo se encuentra?- La pregunta resonó en sus oídos. Adam intentó sostenerle la mirada aunque fuese un instante, sin éxito.
            -Muy cansado, ¿Qué hago aquí?, ¿Quién es usted?-
            El interlocutor sonrió y se recostó en la silla sin apartar la mirada.
            -Debería saber quién soy, y también por qué está usted aquí.- El gesto del hombre había cambiado. Parecía decir que Adam le debía algo solo con la expresión de su cara.
            -Pues no sé nada, así que dígamelo usted.- A estas palabras las siguió una breve sonrisa de su interlocutor.
            -Siempre tan directo cuando te sientes amenazado. Eres muy previsible, aunque eso te hace ser quien eres, lo que no tiene nada de malo.- El hombre se levantó de la silla y comenzó a pasearse por la sala.
            Adam observó la ventana. Era oscura, tan oscura que parecía más un hueco al vacío que una ventana. Aquello era una sala de interrogatorios. Se acababa de percatar, pero, ¿qué hacía él allí?
            -Tranquilícese, no hay nadie al otro lado de la ventana, o al menos no de momento.-
            -La verdad, no me fío ni lo más mínimo de usted, así que no me diga si hay gente o no, su opinión me es indiferente- El hombre comenzó a reír copiosamente y, apoyando los codos sobre la mesa, volvió a fijar los ojos en su objetivo.
            -Que desafiante. Su personalidad es fascinante. Bueno será mejor que empecemos.- Adam no lo demostraba, pero sentía miedo.
            El interrogador salió y volvió a entrar con una carpeta repleta de papeles que desplegó sobre la mesa.
            -Usted es escritor y profesor ¿me equivoco?-
            -Sí, lo soy- Quería parecer desafiante, pero su propia voz le sonaba frágil.
            -Sin embargo, esta primera ocupación que he mencionado ha pasado a un segundo plano por lo que parece.- Adam pensó inmediatamente en la gente de la editorial. ¿Le habían secuestrado?, aquello era imposible, pero no había otra opción más lógica.
            -Si es usted de la editorial no tengo nada más que decirles, dijimos tres libros y les di tres libros.-
            El misterioso rubio mantenía su mirada analizadora. Aquella mirada era capaz de atravesar sus pensamientos. Adam sentía que ese hombre podía saber lo que él pensaba solo con mirarle. 
            -No soy editor, usted y yo tenemos un pacto. Un contrato con muchísima más importancia que cualquiera que se pueda firmar en un papel. Nuestro contrato, es incluso existencial.-
            Adam dejó de pensar inmediatamente en la editorial. Aquel hombre estaba loco. Quizá se trataba de alguno de los muchos lectores de sus novelas. Uno que había perdido la razón lo suficiente como para secuestrarle. El interrogador se encorvó hasta que sus rostros quedaron a pocos centímetros. Una maliciosa sonrisa de oreja a oreja delató unos dientes tan blancos como las paredes y el suelo, perfectamente alineados. Adam intentó apartarse, pero era incapaz de mover su cuerpo.
                 -Tiene miedo Adam, lo veo.-
            -¿Qué quiere de mí?, ¡dígamelo!- Su voz sonó como el murmullo de un niño asustado en una habitación oscura.
            -Que vuelva a llevar a cabo su función. Usted tiene un don, y lo está desaprovechando. Por eso estoy yo aquí, para asegurarme de que usted lo aprovecha, cumpliendo nuestro trato.-
            Adam trató de recordar, pero el rostro de aquel hombre se escapaba a sus esfuerzos.
            -Usted y yo no tenemos ningún trato, yo jamás le había visto antes.-
            -Se equivoca, usted me ha visto antes Adam, me conoce, igual que yo le conozco a usted.-
            -Usted no me conoce, puede haberme espiado, pero no me conoce.-
-Le conozco Adam. Lo sé todo sobre usted. Y, aunque no lo crea, usted lo sabe todo sobre mí.- El escritor temblaba mientras el misterioso hombre que lo sabía todo acerca de él lo miraba ansioso. Estaba tan cerca que Adam podía percibir el olor a menta de su aliento y el calor de sus espiraciones.
            Entonces le sostuvo la mirada un instante y no le hizo falta más. Charles Mayer. El interrogador se echó de nuevo hacia atrás y volvió a sentarse
            -Parece que ya me ha reconocido.- Dijo con una sonrisa.
            -Es imposible, usted no existe.-
            -Quizá no exista en el mundo real, pero existo en su mente. Ahora recuerda de lo que soy capaz.-
            Adam se envalentonó, aún no entendía todo, pero si parte.
             -No puedes hacer nada, no eres más que un asesino inventado para escribir una estúpida novela.-
            -No esté tan seguro. Recuerde todas aquellas cosas que escribió. Cómo torturé a esa joven, cómo asesiné a aquel detective... Creo recordar que usaste los más perversos recovecos de tu mente para escribir aquella escena, realmente brillante, conseguiste asustar a muchos lectores.-
             -No eres más que un personaje. No existes, no puedes dañarme.-
            -Ahora que sabe quién soy yo, quizá llegue a entender qué hacemos aquí.- Adam había perdido el miedo. Comprender algo de la situación le había renovado las fuerzas.
            -No entiendo qué hacemos aquí, ni siquiera sé cómo hemos llegado a este lugar.- Charles Mayer se arrellanó en la silla y resopló.
            -¿Sabe?, estoy harto, voy a acelerar un poco las cosas- El maníaco se levantó y salió por la puerta. Adam se quedó allí, inmóvil, esperando cualquier cosa. Charles Mayer no era más que un psicópata que había inventado para una novela, aún no se explicaba que ocurría, pero sabía que no podía hacerle daño.
            Unos golpes resonaron al otro lado de la puerta, acompañados de pasos y los llantos de una niña. La puerta se abrió lentamente. Susan, la hija de Adam, lloraba desconsolada mientras Charles la llevaba cogida por los hombros.
            -Di hola a papá Susan.- La sonrisa de Charles procedía de las más terribles pesadillas del escritor.
            -¡Susan!, ¡Suelta a mi hija cabrón!- Charles agarró por el pelo a la niña, que aumentó sus sollozos.
        -¡Cállate si quieres que viva!- El escritor intentaba moverse, pero era inútil, algo le oprimía y le mantenía inmóvil.
            Charles agarró a la niña de la cabeza y le colocó ambos pulgares sobre los párpados llorosos.
            -Sabes que va a ocurrir a continuación Adam, ¿quieres que ocurra?-
            Adam era incapaz de no llorar.
         -Por favor, deja en paz a mi hija, por favor…- El aterrorizado escritor notó como las lágrimas le mojaban las mejillas.
            Charles Mayer sonreía mientras agarraba a Susan.
            -Vuelve a escribir Adam. Vuelve a escribir o poblaré tus noches de las peores pesadillas que jamás hayas soñado. Verás a tu mujer descuartizada y a tu hija colgada de un árbol, ¡vuelve a escribir!- La voz del psicópata se alzó cuando sus pulgares se hundieron contra los párpados de Susan, reventando sus ojos.
            -¡NOOOOOOOOO!-.
            Adam se levantó temblando y sudoroso. Se había incorporado tan rápido que notó un ligero mareo. Su mujer, a su lado, dormía plácidamente. El escritor corrió a la habitación de su hija y abrió la puerta. Estaba dormida y arropada.
            Todo había sido una pesadilla… fue a la cocina, intentando no hacer ruido. Se preparó un café cargado y se dirigió a su despacho. Eran las cuatro de la mañana y el único ruido audible era el de sus tímidos pasos que hacían crujir el parqué de madera. Se sentó frente al ordenador…
            La mesa de trabajo estaba atestada de papeles. Pulsó el botón de encendido y la tenue luz de la pantalla alumbró el despacho. Cerró la puerta y volvió a sentarse. Preparado el ordenador, abrió el Word, y con la mano temblando bebió un amargo trago de café caliente. Se puso las gafas y mientras tecleaba vio aparecer las palabras en el blanco folio digital:
“El retorno de Charles Mayer…”

            

2 comentarios:

  1. ¡Toma guiñaco a Misery! Mola como te quedas: "¿No será...? Nah, no... Espera, ¡sí es! (yo me entiendo). Mola mucho.

    ResponderEliminar